Spanish Language category runner-up
‘Thé à La Menthe’
By Mark Montovio
¿Será la razón por la cual pasan horas contemplando lo más cotidiano del día? Horas y horas. En fila, y posicionados con el saber de años, para que no se les escape el mínimo detalle. Y que conste. ¡No se les escapa!
Agarré una servilleta, dándole a entender a un señor que se reía, que no habría modo de que me pudiese beber el té en el rato que me quedaba antes de ocuparme. Es cierto que parece que tienen la yema de los dedos de acero, y lo he comprobado tantas veces cuando se me hacía imposible agarrar pellizquitos de cuscús, el plato festivo del viernes, con amigos que hacían chiste de mi delicadeza europea y me ofrecían una cuchara.
Doblé la servilleta como si de origami se tratara y arropé el vaso pudiendo así arrimarlo a mis labios. Sorbo a sorbo, mientras el aroma de la hierba buena hacía la labor merecedora, la infusión revivía mi espíritu, y el calor interior que desprendía, me adormecía los sentidos por un momento.
Pero solo por un momento…
Los cafés del Petit Socco, que esconden tantas historias ansiosas por ser desveladas, recogen una infinidad de personajes variopintos y sin duda, hace que Tánger, sea la ciudad perfecta para los amantes de lo decadente. Una joya incrustada entre dos aguas y una de las columnas de Hércules que hace puente hacia su hermana en Jebel Tarik.
Desde el Café Central, la vista se inunda de guiñapos de colores vistosos, llamativos y extravagantes. El olfato es invadido por fragancias penetrantes. El tacto se sensibiliza al palpar telas y bordados exquisitos. El oído responde al bullicio, al rumor de miles de gritos, a la farándula de comerciantes y la llamada embriagadora al rezo. El gusto se entrega ante el sabor de las delicias de la mesa.
Tánger es el aroma del té verde, de las herboristerías, del colorido mostrador de especias, del aceite de argán, de los jabones de ámbar, del perfume de rosas, del zumo de naranja, del aroma del cuero bajo el sol justiciero y del fruto seco que amortigua el hambre.
Sin duda, la medina, un lugar ineludible, no es solo el corazón de la ciudad. Cumple todos los requisitos del viajero curioso, y promete caos y contrastes por calles empedradas, laberínticas y estrechas. Su esencia conquistó los corazones de personalidades célebres como el escritor Paul Bowles, los pintores Matisse y Delacroix y hasta Jimi Hendrix. La medina embruja y atrapa con su magia, y pasear sin rumbo predestinado, puede convertirse en una aventura, casi como si viajaras atrás en el tiempo.
No es difícil imaginar que, durante la Segunda Guerra Mundial, Tánger se hizo famosa como ciudad de espionaje. El gran Café de París, que aún sigue abierto, fue un nido de espías durante esa época y después, un importante punto de encuentro para escritores. Ahí se sentaban, en la terraza, adormecidos por el canto de grillos y cigarras entre los eucaliptos. Es cierto que hoy te ensordece el ruido incesante de los motoristas. Casi como un circo de animales indomables. Coche tras coche circulando a su aire. Depredadores insaciables e inconscientes desdeñando al fallido maestro de ceremonias que, a falta de látigo, gesticula sin propósito y da guerra al pito hasta quedarse sin aire, desorientando aún más. Pero es cierto también, que pocos accidentes ven la luz del día, y carrera tras carrera, tras librar a bocinazos inútiles a varios coches mal situados, disparándose la adrenalina ante la proximidad de tantos vehículos, el viajero novato poco a poco va perdiendo la sensibilidad al caos ordenado del tráfico tangerino.
Logré vencer al té y consciente de que en segundos el siguiente turno ocuparía mi asiento, me despedí del camarero que respondía con su habitual ‘Merci Monsieur, à bientôt.’
Me encaminé hacia el Bulevar Pasteur, quizás la calle más conocida de Tánger. Ahí sí que se domina el arte de pasear para mirar y que lo miren, en particular en esa zona con vistas al puerto que enmarcan los cañones del balcón de los vagos o perezosos, un tablado escénico que da la impresión que en ese mágico lugar se detiene el tiempo.
Y ahí mismo, al atardecer, cuando el cielo se viste de un rojo intenso, el Bulevar se convierte en un hormiguero bochinchero de paseantes parsimoniosos, cada cual en su rincón y encarnando su papel. Las chicas más conservadoras, del brazo de su madre o su tía, enfundadas de arriba a abajo, se dejan admirar por el pelotón de hombres, que dan la impresión de estar eternamente desocupados, mientras debaten apasionadamente si el último fichaje multimillonario del Real Madrid o Barcelona, merece la pena.
Las chicas más descomedidas visten más a la europea y pasean en grupos de dos o tres como si con ellas no fuera, pero con la discreción y recato que asigna su cultura. Y los chicos, bueno, ellos los dueños del coliseo, avispados, y pendientes de cada movimiento, incluso esos sutiles que solo capta un cazador experimentado. Y todo esto transcurre de manera casi inapreciable, en un intercambio codificado de miradas e insinuaciones que el extranjero nunca percibiría.
Al llegar la noche, como si fuese festivo de carnaval, Tánger se embriaga de vigor y alegría tan rápido como cae el sol. Cruces por donde cruces, la ciudad entera parece estar en la calle porque los hijos de Tánger no quieren cerrar las cortinas a la vida aún, y acostarse no parece ser opción. La magia se percibe desde lejos. La brisa difunde el perfume acentuado de jazmines y damas de noche y sin avisar, la cacofonía orquestal de las gaviotas acompaña a los críos que aun corretean detrás de globos gigantes, de sus hermanos en bicicleta o del perro que sin darse cuenta de lo que le esperaba, se cruzaba en su camino.
Es cierto que el Tánger mítico, se contagia de la modernidad europea, y quizás por eso, para frenar un poco el tiempo, el thé à la menthe se disfruta sorbo a sorbo.
Judge’s Comments:
Evocative, brilliantly crafted and entertaining. I could almost smell the tea and sense the bustle of the socco as the writer walks us through the streets of Tangiers. A lovely circular structure rounds off the narrative giving it a sense of completion.